Wednesday, July 26, 2006

Memorias


Alguna vez leí que Roberto Bolaño, escritor chileno exiliado en España, escribía después de una ausencia de 25 años en su país las siguientes impresiones:
«Santiago sigue igual. Las ciudades no cambian en veinticinco años. Aún se comen empanadas en Chile. Las empanadas en Chile aún se llaman empanadas chilenas y uno las puede ir a saborear al Nacional o al Rápido (recomendación de Germán Martín). Aún se comen barros-luco o barros-jarpa o chacareros, ergo la ciudad no ha cambiado. Los nuevos edificios, las nuevas avenidas no significan nada. Las calles de Santiago siguen siendo las mismas que hace noventa y ocho años. Santiago está igual que cuando caminaban por sus calles Teófilo Cid o Carlos de Rokha. Todavía vivimos en la época de la Revolución Francesa. Los ciclos son mucho más extensos y más densos, y veinticinco años no son nada. Eso puede conducir al más mortal de los aburrimientos o a la locura.»
Memorias del subdesarrollo (1968), filme cubano con un guión de Tomás Gutiérrez Alea en colaboración con el escritor Edmundo Desnoes, retrata la historia de un "burgués" cubano que se niega a dejar su país después de la revolución, mientras detrás del cristal que divide la pista del aeropuerto despide con emoción contenida a sus familiares, amigos y esposa.

De regreso del aeropuerto, al entrar a su departamento, Sergio declara que siempre ha deseado escribir un diario; piensa que ahora es el momento oportuno (extraño sentimiento regresar a casa cuando alguien ya no está), con la finalidad de descubrir «si en verdad tengo algo que decir». Con esto comienza lo que será un vértigo de imágenes intercaladas con escenas reales de un país en ruinas, mientras la voz de Sergio, el personaje principal, navega críticamente por un país al que no quiere pertenecer. Vagando entre un pesimismo que recorta los valores que pretenden recuperar el honor de una sociedad pobre y poco crítica.

Los ciclos son mucho más extensos, y una revolución no es nada; y Sergio parece coincidir con Bolaño mientras observa a través de su telescopio: «Aquí no ha cambiado nada. Este país es el mismo», al tiempo que la cámara muestra lo que le espera a La Habana, capital cubana, durante los próximos 50 años: una imagen fantasmal.

Sergio nunca escribe su diario, simplemente vaga por las calles de La Habana, despide a su mejor amigo, del cual se avergüenza y siente aversión porque se convierte en lo que él más odia, en un advenedizo que huye del país por conveniencia. Recuerda a su esposa y conoce a nuevas mujeres; una de ellas, Elena, que después lo acusará de violación, lo acompaña a través de sus paseos por La Habana mientras declara: «las mujeres de Cuba son grandiosas, te miran directamente a los ojos y jamás desvían la mirada; en otros lugares del mundo simplemente cada quien está concentrado en lo suyo».

Visita la casa de Hemingway y Elena, una sombra, no sirve de consuelo: «Las mujeres en el subdesarrollo no pueden mantener una idea o un sentimiento por mucho tiempo. Son incapaces de conectar dos ideas. En cualquier momento la olvidan». Todo me sucede o muy tarde o muy aprisa, piensa Sergio mientras camina con Elena, que desea ser actriz y que él inútilmente trata de atraer su atención entre galerías de arte y librerías. Ella, victima del subdesarrollo, según Sergio, no puede avanzar, no puede relacionar las cosas ni puede involucrarse demasiado, la representación femenil de nuestras sociedades: con sus maneras, fidelidades y ejemplos de perfección, sin embargo, por otro lado, sus carencias e incapacidades, sus limitantes y sus hipocresías.

Memorias del subdesarrollo, significó una alarma extraordinaria para su época, por la crudeza de sus diálogos y su ácida denuncia. Sergio que representaba el aburrimiento más extremo, hablaba de una sociedad que daba vergüenza y una revolución que ofrecía pobres expectativas.

Jack Gelber, un estadounidense que escucha las ponencias y las discusiones de los intelectuales cubanos más célebres, opina: «Siendo la Revolución Cubana una revolución original, ¿Por qué recurre a métodos convencionales como son las mesas redondas? ¿Por qué no desarrolla un método más dinámico de establecer una relación entre el panel y el público?».

Sergio concluye tajantemente, después de sus múltiples reflexiones: «la verdad del grupo está en el asesino», mientras la Revolución Cubana sigue su curso. Sergio termina encerrado en su departamento, mirando la flama debil de su encendedor, con la convicción de que las cosas no han cambiado ni cambiarán, y coincidiendo con Roberto Bolaño en que esto puede conducir al más mortal de los aburrimientos, o incluso a la locura.

Memorias: un refrescante ejercicio visual para nuestros países.

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